De vuelta a Bletchley Park, primera parte
Boletín Enigma nº 7 Noviembre 2002
Ult. rev. 06-01-2023
Si usted toma un tren en la estación Euston de Londres, en dirección a Milton Keynes; si se las apaña para no perderse (hay tramos en reparación, así que habrá de transbordar a un autobús), y en la estación de Bletchley Park, conforme se sale a mano derecha, atina usted en seguir una senda arbolada que discurre entre típicas casas inglesas y la recorre hasta el final ... no tendrá más que girar su cabeza hacia la derecha para ver la puerta de entrada de uno de los más extraordinarios y secretos lugares de la Segunda Guerra Mundial: la Estación X.
Station X, como se conocía a Bletchley Park, era el lugar donde los criptoanalistas británicos estiraron sus intelectos hasta el límite en busca de la clave de la máquina Enigma, el instrumento de cifrado alemán cuya ruptura abriría a los aliados las intenciones de Hitler y su ejército. Aún hoy muchos documentos permanecen clasificados como alto secreto, y las repercusiones de Bletchley Park seguirán dando que hablar. Pero es indudable que allí se forjó uno de los mayores secretos de la guerra, comparable al Proyecto Manhattan ... y, en cierto modo, más relevante.
No voy a contarles la historia de "BP", porque de eso se encargan historiadores profesionales. Libro tras libro nos narra las aventuras y desventuras de sus ocupantes, sus fracasos y éxitos. ¿Pero qué paso después de la guerra? La desmovilización se llevó a muchos de los criptoanalistas a sus trabajos de preguerra. Los que se quedaron fueron trasladados a instalaciones más modernas. Los cobertizos que un día albergaron el primer ordenador de la historia fueron demolidos y sus contenidos reducidos a menudillo. Lo que a comienzos de los años cuarenta esa un vibrante y vital centro del esfuerzo aliado, al cabo de tan sólo una década era una ciudad fantasma. Bletchley Park languideció durante largos años, sobreviviendo a duras penas a las amenazas, no de la Luftwaffe, sino de la especulación inmobiliaria.
Pero con los años vino el deshielo. De repente, personas que habían mantenido su participación en la guerra en el más estricto de los secretos descubrieron que el velo de secreto se levantaba, que ya eran libres de hablar. Y algunos volvieron a Bletchley Park. Y decidieron que el esfuerzo de ellos y de sus compañeros no se perdería en la oscuridad. Reconstruirían el lugar, lo abrirían y mostrarían al mundo lo que allí se hizo en un tiempo.
En la actualidad, Bletchley Park recibe decenas de miles de visitantes todos los años. Una fundación no lucrativa adquirió los terrenos y sus edificaciones -incluyendo los famosos cobertizos, o "Huts" en inglés- y desde hace años se dedica a su restauración. No es una tarea fácil. El dinero no llega en cantidad suficiente, paralizando o frenando un proyecto tras otro. Hace dos años, uno de sus tesoros más preciados -una máquina Enigma de un modelo raro- fue robada por un desconocido (al final, fue recuperada; alguien la envió por correo a un periodista de la BBC). Pero con todo, ahí siguen.
Recientemente tuve la oportunidad de caminar por esas sendas que un día desvelaron los secretos más valiosos del Tercer Reich. En la biblioteca de Bletchley Park, el estudioso Frank Carter nos regaló a unos pocos con una de las mejores charlas que he tenido el gusto de escuchar, explicando el funcionamiento de los dispositivos electromecánicos llamados Bombas que tan útiles fueron para abrir el secreto de las Enigmas. Pude observar los lugares de trabajo donde antaño se afanaron mentes tan extraordinarias como las de Turing, Knox o Welchman.
Me fotografié frente a los famosos cobertizos donde un día se descifraron los mensajes que permitieron a los navíos aliados eludir el cerco de las jaurías submarinas alemanas. Vi el memorial que recuerda el arduo y valeroso trabajo previo hecho por los polacos de Rejewski. Incluso me senté en una mesa, con una Enigma auténtica en ella, pulsé sus teclas y giré sus rotores. Ya les castigaré con las fotos, no se preocupen.
Incluso hoy día resulta difícil recordar lo que significó aquel lugar. Ahora los niños juegan en el césped en el que los criptoanalistas jugaban al rounders, y seguro que se aburrirían mucho con esas máquinas de escribir tan raras que a los mayores parece interesar tanto.
En próximos boletines les haré un relato sobre lo que Bletchley Park tiene que enseñarnos. Pero si, entretanto, tienen unos días para vagar por Londres, les recomiendo que guarden un día en reserva; dejen de comprar jerseys en Harrods y dediquen ese día a visitar Bletchley Park. Si están leyendo este boletín, seguro que les encantará el lugar.
Cuentan que cuando Alan Turing, el genio matemático, trabajaba allí, decidió en una ocasión convertir todo su capital en plata y enterrarla en Bletchley Park. Al parecer, temía que una invasión alemana convirtiese sus ahorros en humo. El problema es que, cuando acabó la guerra y quiso recuperar sus lingotes de plata, !no recordaba dónde los enterró! Que yo sepa, nadie los ha encontrado. Así que no estaría de más que se llevase un detector de metales. Nunca se sabe...